lunes, 26 de octubre de 2009

¡Cambié de opinión!



En un modesto y reciente blog titulado “Tengo miedo” había expresado mi rechazo a la carrera armamentista de los países de la región y un eventual acople a dicha doctrina de nuestro país, porque consideraba que tenemos otras prioridades. Sin embargo, los últimos hechos de violencia, que recrudecieron con el secuestro del ganadero Fidel Zavala, me hicieron cambiar de opinión. El Gobierno ahora no solo tiene la necesidad, sino la obligación de adquirir potente material bélico, pero no para combatir con países hermanos, sino para exterminar este mal llamado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP).

“En vez de gastar en vano en tanques, fusiles o ametralladoras para defendernos de los extranjeros, por qué no destinamos por lo menos parte de esos recursos en potenciar a la Policía y asegurarnos de nuestra propia paz interna, que tanta falta nos hace...” decía un párrafo de dicho comentario.

Con el perdón de quienes me escribieron auspiciando aquel pensamiento, quiero expresar que, por el contrario, ahora considero imperante la necesidad de gastar en tanques, fusiles o ametralladoras, pero no para defendernos de los países vecinos, sino de un pequeño grupo de malditos compatriotas que perpetran secuestros y homicidios, camuflados en supuestas ideologías políticas utópicas.

Esos criminales a quienes me refiero son los integrantes del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), quienes siembran terror en el país atacando a personas productoras, que dan fuente de trabajo a miles de familias y que fomentan el crecimiento económico de nuestro querido Paraguay.

Este mal llamado “grupo guerrillero” (porque apenas son una partida de delincuentes comunes que opera impunemente ante la pasividad del Gobierno) está ganando terreno.
Ya consumaron varios secuestros, ya recaudaron miles de dólares, ya mataron a más de un inocente. Y el Estado, con sus fuerzas de seguridad, ¿dónde está?

Me llama la atención que cada vez que el país queda en vilo por un nuevo plagio, las autoridades solo tengan que “lamentar la situación y expresar solidaridad a los familiares”.

¿Acaso no son ellos, los gobernantes, los encargados de asegurar la paz nacional, que se mantuvo intacta desde las heroicas batallas en la Guerra del Chaco?

También me causa impotencia y amargura escuchar que se justifiquen diciendo que “no podemos atraparlos porque se mueven en el monte”.

Arrasemos el monte (con el perdón de los ecologistas) si es necesario. Militaricemos la zona. Hagamos algo, pero ya.

No podemos seguir permitiendo que asesinen a más paraguayos. Son apenas unos pocos dementes que al matar a un compatriota están acabando con los sueños de otros tantos que anhelamos la paz.

Quiero ser “paraguasho”



Nuestro campeonato de fútbol profesional es uno de los más competitivos de Sudamérica, según estadísticas oficiales, pero el “Tata” Martino no comparte tal halago. Al menos es lo que se desprende de su última convocatoria para las eliminatorias, en la que aparece otro “paraguasho”, Néstor Ortigoza, quien decidió actuar por la gloriosa y mundialista Albirroja, porque no tenía cabida en el flojo combinado albiceleste. Entonces, qué motivaciones puede tener un jugador paraguayo, si cualquiera se nacionaliza y ya es llamado a integrar la selección. ¿Acaso estos juegan “por amor a la camiseta”?

No quiero discutir sobre las aptitudes de Ortigoza, porque no es esa la cuestión, sino que simplemente me gustaría señalar que existen excelentes jugadores paraguayos, que actúan en su misma posición, y que serían igual de útiles a la Albirroja.

Es injusto que habiendo decenas de compatriotas que se “rompen” cada fin de semana en sus clubes, se tenga que optar por “naturalizados”.

Si no fueron bendecidos con la dicha de nacer en este pujante país, que se aguanten.
No creo que Ortigoza haya decidido nacionalizarse por el famoso “amor a la camiseta”. Es que nuestra querida selección nacional es una oportunidad ideal para exhibirse.

Jorge “Mono” Brítez, de Cerro Porteño, y Rodrigo Rojas, de Olimpia, son solo dos de los cientos de atletas compatriotas ignorados por el “Tata”. Y conste que la lista de olvidados es aun más extensa.

Tanto se habla del “proceso formativo” de jugadores en las categorías inferiores de los clubes. Los chicos crecen con la mentalidad de ser famosos, triunfar y servir a la Albirroja. Pero los sueños de estos mismos jóvenes se ven truncados cuando se busca afuera lo que sobra en casa.

Ahora es Néstor Ortigoza; poco antes fueron Jonathan Santana y Sergio Aquino, por citar algunos nacionalizados. Hay que reconocer que estos dos últimos no defraudaron, como estoy seguro de que tampoco defraudarán los “leones” paraguayos que tengan su oportunidad en la selección nacional.

También me parece grosero que ahora que clasificamos a un nuevo mundial, el cuarto consecutivo, todos quieran lucirse a costa de los verdaderos triunfadores.

Ya se olvidaron de los tres mundiales de Carlos Humberto Paredes, a quien todavía le sobra jerarquía.

Ya se olvidaron del memorable partido de Julio Dos Santos contra Argentina, en Asunción, que lo ganamos con gol de Roque.

Ya se olvidaron de aquellos goles inolvidables de Nelson “Pipino” Cuevas en los mundiales de Japón-Corea y Alemania.

Ya se olvidaron de aquel aguerrido jovencito llamado José Montiel, que se destacaba por su entrega en la cancha.

Creo que ya se olvidaron de todos ellos, quienes fueron insignias de la Albirroja hace apenas un tiempo atrás, como creo que también se olvidaron de los jugadores paraguayos que están dispersos por el mundo llevando el nombre de nuestro país en alto.

Ojalá que los mismos criterios empleados para convocar a un “paraguasho” se utilicen para, por lo menos, analizar el llamado de auténticos compatriotas.

La Albirroja no es “sucursal” de otro país. La Albirroja es de los paraguayos.

¡Tengo miedo!



En las últimas semanas escuchamos con frecuencia que varios países de Sudamérica están iniciando una carrera armamentista “para defender sus intereses”. Ante los pomposos anuncios de Brasil y Venezuela, que supuestamente pretenden instalar hasta bases nucleares, y como para no quedar relegado en los comentarios internacionales, el Paraguay, por medio de su propio presidente de la República, también analiza la posibilidad de “reforzar el Ejército nacional”.

Sin embargo, debo confesar que todo esto me asusta, pero no por temer a una eventual guerra o al famoso “principio del fin” del que se lee en el apocalípsis, sino porque con cada munición demás que nuestro país compre estará derrochando un dinero extraordinariamente necesario para, por lo menos, paliar el nivel de pobreza extrema que azota al 20% de la población y que cada día provoca la muerte de compatriotas a causa del hambre.

El censurador Hugo Chávez es, tal vez, el que analiza con más seriedad la posibilidad de dotar a su nación de potente armamento bélico. En un discurso de doble sentido, dijo que “Venezuela tiene la reserva de petróleo más grande del mundo y una ubicación geográfica envidiable para las potencias mundiales, como Estados Unidos”, y que por ello tiene derecho a defenderse de eventuales invasiones. ¡Está bien! Que Chávez haga lo que quiera con su pueblo, ya que este mismo se lo permite al callar ante las temerarias ideas del dictador.

Nuestro vecino Brasil tampoco queda muy relegado en la acelerada carrera armamentista en la región, ya que su Ejército lanzó un proyecto de renovación de su material militar por valor de 10.000 millones de dólares para la próxima década, solo dentro de la Marina y la Fuerza Armada.

Un “eterno enemigo”, Bolivia, con el que incluso ya luchamos por tres años en una contienda bélica en el Chaco, va a invertir nada menos que 65 millones de dólares solo para comprar helicópteros que sirvan en el combate contra la pobreza, el terrorismo y el narcotráfico, como dijo su canciller David Choquehuanca para desviar la atención acerca de las verdaderas intenciones de los gobernantes del “hermano” pueblo boliviano, quienes presuntamente pretenden instalar un poderoso destacamento militar en el frontera con nuestro país.

Entonces, si tenemos en cuenta solo a estos tres países latinoamericanos que detonaron la mecha de la destrucción al ostentar poderío bélico para garantizar sus aspiraciones, tendríamos que preocuparnos en cierto modo.

Pero ¿acaso mantenemos un conflicto internacional con algunos de estos países? ¿Son potenciales amenazas para el Paraguay? ¿Qué podrían quitarnos en una eventual guerra? La respuesta es obvia, nada.

Entonces, por qué nuestro propio Presidente considera la posibilidad de “reforzar el Ejército”. Es cierto, no tenemos suficientes y ni buenas armas, pero seamos coherentes.
Para qué invertir millones de dólares en la compra de material bélico, si irónicamente Paraguay es uno de los puntos de tránsito preferidos por los traficantes de armas.

En vez de gastar en vano en tanques, fusiles o ametralladoras para defendernos de los extranjeros, por qué no destinamos por lo menos parte de esos recursos en potenciar a la Policía y asegurarnos de nuestra propia paz interna, que tanta falta nos hace. Si ni siquiera podemos combatir contra los “delincuentes locales”, cómo pretenderemos armarnos para pelear contra otros países.

Son tantas las cosas que se me ocurren en las que podríamos invertir ese dinero destinado a la carrera armamentista nacional. Dar de comer a niños de la calle, construir aulas en escuelas, recategorizar el sistema educativo de las universidades, ayudar a los indígenas, fomentar fuentes de trabajo para disminuir el alto índice de desempleados, gastar en reparación de caminos, potenciar el turismo, entre otras urgencias que padecemos.

De todo esto, y dentro de mi pronunciada ignorancia, llegué a la conclusión de que nuestros gobernantes sí van a solucionar por lo menos el problema del hambre, aunque para ello tendrán que dar de comer municiones al pueblo. Es más, de postre servirán un “delicioso” helado de pólvora.

miércoles, 31 de enero de 2007

YO, IVAN LEGUIZAMON

Mi nombre es Iván Leguizamón, tengo 24 años (6-enero-1988).
Egresado de Ciencias de la Comunicación en la facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción (UNA).
Soy hincha de Cerro Porteño, el mejor club del mundo.